viernes, 21 de marzo de 2014

DAKOTA Capítulo 2: Buenas días, Nueva York

Juro que yo no quería, que no iba a salir. Pero Sven me lió. Maldito cacho carne con ojos, siempre sabe cómo convencerme… Claro que aquella vez contaba con un argumento sólido: “Vamos, Sophie, necesitas airearte y olvidarte un poco del «ya te llamaremos» que te han dado en la oficina de la Yoko Ono… Salgamos un poco y diviértete”. Tenía razón; necesitaba distraerme y lo hice. Joder, y tanto que lo hice.

Era sábado por la mañana y allí estaba yo pagando las consecuencias de las “distracciones” de mi noche anterior. No había podido dormir absolutamente nada, pero tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente, más que nada porque si los abría tenía la sensación de que iba a potar todo lo que había en mi estómago desde el día en que mi madre me había traído a este mundo lleno de vicios y perdiciones. Puta resaca, puto tequila, puto ron, puta marihuana y puto Sven. Si hubiera tenido fuerzas para ello, seguro que me hubiera levantado a lo Scarlett O’Hara para jurar ante Dios con el puño en alto que nunca en mi vida volvería a pillarme una mierda como la de la noche anterior. Pero no pude: estaba moribunda y las moribundas no pueden hacer nada más que agonizar lentamente en su lecho de muerte.

Fue entonces cuando, de repente, el ring ring infernal del teléfono interrumpió mi lento y doloroso paso al más allá por culpa de la resaca. Bufé molesta: seguro que sería mi madre, siempre tan oportuna ella. Y lo peor de todo era que si no contestaba era capaz de llamar a la policía, al FBI, a la CIA y a la Policía Montada del Canadá pensando que cualquier tarado de Nueva York me habría descuartizado y arrojado a la bahía del río Hudson. Esa era mi madre, una mujer de lo más positiva...

Me levanté poco a poco intentando reprimir las arcadas que me venían y comprobé con horror que no tenía resaca, que lo que me pasaba era que aún me duraba la borrachera de la noche anterior. “Bravo, Sophie.”, dijo mi voz interior, “Vas a tener una conversación con tu madre mientras estás pedo.” Llegué hasta el comedor casi tambaleándome y, en el último segundo antes de que saltara el contestador, conseguí descolgar el teléfono.

-¿Sí?-contesté con voz áspera. Lo cierto es que mi tono me sorprendió a mí misma: parecía un macho. Gracias, tequila.

-¿Casa de Sophie Jackson?-preguntó una voz estridente al otro lado de la línea. Vale, no era mi madre: primera buena noticia del día.

-Sí, soy yo.

Hubo un breve silencio. Tal vez mi interlocutora estaba pensando si le estaba tomando el pelo. No era de extrañar: ya he dicho que en aquellos momentos mi voz se asemejaba más a la voz de un Frank que a la de una Sophie.

-Verá, señorita Jackson…-continuó de repente, tanto que di un pequeño saltito cuando lo hizo.-He estado analizando lo que trajo ayer a mi oficina y creo que está preparada para tener una entrevista personal conmigo.

Ahora la que se quedó pensando unos segundos era yo. Estaba medio borracha y mis pensamientos iban con más lentitud de lo habitual. Pero de pronto, una lucecita se encendió en mi cerebro. Mier-da. Mierda, mierda y mierda. Aquello no podía estar pasándome a mí… ¿Me estaba llamando quién yo creía que me estaba llamando?

-Disculpe…-mascullé con un hilillo de voz esforzándome al máximo para que no se me trabara la lengua.-¿Por casualidad estoy hablando con…?

-Yoko Ono.-contestó la mujer al otro lado, tranquila. Vamos, como si lo más normal del mundo fuera que un sábado de resaca te llamara a casa Yoko Ono. –Te agradecería que te pasaras lo antes posible por mi oficina, Sophie. ¿Puedo tutearte, no?

-Ehhh… Sí, sí, claro.-balbuceé.

-Perfecto. Estaré aquí hasta las doce y media. Te espero.

Y sin esperarse ni siquiera a que yo pudiera objetar nada, colgó.

Me quedé unos segundos con el auricular del teléfono pegado a mi oreja, asimilando lo que acababa de ocurrir. Después, colgué el teléfono lentamente, flipando aún en colores.

-Joder, Sophie… Qué careto que tienes. ¿Qué pasa? ¿Te acaba de llamar el presidente de los Estados Unidos o qué?

La voz de Sven me pilló por sorpresa. Me giré y lo miré. Tenía el pelo revuelto como si lo hubiera metido a centrifugar y llevaba puestos lo que yo había definido como sus “calzoncillos antilíbido”, pero ni siquiera su singular estampa mañanera fue capaz de impresionarme después de lo que me acababa de pasar.

-No, no he hablado con el presidente, Sven.-respondí a media voz.-Peor: acabo de hablar con Yoko Ono.

Sven abrió la boca y se me quedó mirando, alucinado.

-¿Pero no pensabas que no te iba a llamar?

-Eso pensaba, pero ya ves, me equivoqué.-dije.-Y lo peor es que me tengo que presentar esta misma mañana en su oficina para una entrevista personal, antes de las doce y media.

-¡¿QUÉ?!-exclamó Sven.-Soph, colega, ya puedes empezar a correr porque son las once y media…

-¡¿LAS ONCE Y MEDIA?! ¡Puta madre!-grité antes de salir disparada para mi habitación dejándome a un sorprendido Sven plantado en el comedor.

Si quería llegar a tiempo para la entrevista, debía de darme prisa, mucha, mucha prisa. Lástima que en esos momentos no me estuviera viendo ningún ojeador para el equipo de atletismo de las Olimpiadas; seguro que me hubiera fichado.

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“Ya no estoy borracha, me he puesto un maquillaje estupendo que tapa mis ojeras y mi voz empieza a normalizarse.”, me decía a mí misma para autoconvencerme. Pero por más que lo repitiera, sabía que ninguna de las tres cosas era verdad: el pedo aún estaba dando sus últimos coletazos manifestándose con insistentes arcadas de cuando en cuando; mi maquillaje era una mierda y en lugar de disimular las ojeras lo único que conseguía era hacerme parecer la hermana fea del Conde Drácula; y mi voz en esos momentos hubiera sido la envidia de cualquier rudo marinero ruso. Bonitas condiciones las mías para una entrevista de trabajo.

Estaba sentada en una silla del pasillo al lado del stand de la secretaria esperando a que Yoko Ono se dignara a recibirme mientras recitaba mi mantra particular. Ya llevaba allí más de media hora y la cosa ya empezaba a impacientarme. Era casi la una: con la carrera que me había pegado para llegar a tiempo desde Queens a Manhattan y lo que me estaban haciendo esperar. Ya les valía.

Justo cuando empezaba a pensar que se habían olvidado de mí, el timbre del teléfono de la secretaria huele-mierda que me había atendido el día anterior, me sacó de mis pensamientos. La mujer descolgó y masculló unas palabras ininteligibles antes de colgar. Después, se quedó mirándome y dijo:

-Cuando quieras puedes pasar.

-Gracias.-mascullé.

Después, me puse en pie y me dirigí hacia la puerta del despacho que tenía ante mí. Tragué saliva disimuladamente antes de golpear con los nudillos. Otra cosa no, pero era una chica educada a la que su madre le había enseñado a llamar a los sitios antes de entrar.

-Adelante.-dijo una voz desde el interior.

Abrí la puerta con cuidado y vi a la famosa Yoko Ono, que estaba sentada ante una inmensa mesa impoluta en el centro de la estancia. La primera impresión que me dio fue el de una persona seria, mortalmente seria.

-Hola, buenos días.-saludé atropelladamente. Después, pensando que ya pasaba del mediodía, me apresuré a corregirme:-O mejor dicho, buenas tardes.

-Pasa y siéntate.

Me quedé mirándola durante unos segundos asimilando la cantidad de simpatía que aquella mujer destilaba por todos los poros de su piel. Al parecer la primera impresión que había tenido de ella no me había engañado en absoluto. Aún así, no dije nada y me apresuré a obedecerle: Yoko no tenía pinta de ser una mujer a la que se podía ignorar fácilmente.

-Estuve mirando la carta astral que trajiste ayer.-empezó a decir sin más cuando me hube sentado.-Es muy interesante, muy apta para el puesto, la verdad.

-Ajá.-dije poniendo cara de interés. Mis respuestas últimamente estaban dejando bastante que desear, pero bueno, aún estaba medio borracha, no se me podía pedir más.

-Además, veo que está elaborada con una meticulosidad digna de admirar.-continuó. Yo, por mi parte, tuve que contenerme la carcajada cuando escuché eso. “Ay, mujer…”,pensé, “ si yo te contara cómo fue elaborada…”-¿Quién te la hizo?

-Ehhh…-balbuceé sin saber muy bien qué contestar.-Un amigo mío profesional en el campo.

-Es bueno, me gustaría conocerlo más adelante…

Perfecto. Yoko Ono quería conocer a Sven. ¡A Sven!

-Pero bueno, no es por eso por lo que te he hecho venir, Sophie.-continuó antes de que yo pudiera decir nada más. En serio, esa mujer debería haberse dedicado a los monólogos en lugar de al arte conceptual.-Como te venía diciendo vi tu carta astral, que es favorable, y vi también tus referencias, que también son buenas. Además, veo que tienes estudios.

-Sí, estudié Filosof…

-Eso es precisamente lo que estaba buscando.-me volvió a interrumpir.-No queremos a ninguna cateta por casa, con la que tienen contratada los del edificio ya es más que suficiente. Quiero que empieces cuanto antes, por supuesto, y eso es mañana a primera hora. ¿Algún problema?

-No, no, por supuesto que no. Mañana a primera hora.-me apresuré a contestar. De todos modos, aunque hubiera tenido algún problema, no me habría atrevido a contradecirle.

-Supongo que ya te dirían las condiciones en la agencia, pero por si acaso te las vuelvo a repetir: jornada completa, dos días libres a la semana y paga a final de mes según lo estipulado con tu empresa. ¿Conforme?

Asentí con la cabeza enérgicamente, incapaz de decir nada. Ojalá Yoko no estuviera evaluando mi nivel intelectual a través de las respuestas que le estaba dando, porque si era así, seguro que llegaba a la conclusión de que mis estudios se habían realizado en la Universidad de Retrasados Profundos de América.

-Ah, por cierto, antes de que te vayas, aquí tienes las normas para trabajar con nosotros.-siguió a la vez que sacaba de un cajón un fajo de folios grapados y me lo tendía. Le eché un vistazo. Aquello parecía más largo que el Código Penal.-Léelas con atención, es muy importante: no soportamos que no se tomen en cuenta nuestras reglas. Si tienes alguna duda, puedes preguntarle a cualquier miembro del servicio, ellos te echarán una mano.

-Perfecto.

-Y debes firmar este contrato de confidencialidad.-dijo sacando otro documento del mismo cajón.-Básicamente estipula la prohibición de que digas absolutamente nada de lo que veas en casa mientras estás con nosotros. Nos gusta velar por nuestra intimidad, lo verás enseguida.

Ojeé el contrato por encima. Tenía razón: lo único que se establecía en él era la prohibición terminante bajo responsabilidad penal de decir o difundir cualquier cosa que ocurriera dentro de casa de los Lennon. Firmé casi sin pensármelo. Yoko parecía tener prisa y no me apetecía hacerla esperar. Además, tampoco tenía ganas de ponerme a leer tecnicismos.

-Muy bien, Sophie.-dijo cuando firmé recogiendo el contrato.-Puedes irte. Mañana a las ocho te esperamos.

Salí del despacho sin salir aún de mi asombro y ni siquiera me despedí de la secretaria antes de subir al ascensor para largarme de allí. Después, vomité en la planta artificial que había al lado de la entrada del edificio y salí a la calle con una sonrisilla de idiota pintada en la cara.

Buenos días, Nueva York. O mejor dicho, buenas tardes.

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Sven soltó una sonora carcajada cuando escuchó lo que le acababa de contar.

-¡Pobrecita mi Sophie!-rió mientras se revolcaba en el sofá.-Trabajará un domingo a las ocho de la mañana…

-Deja de reírte.-contesté yo picada.-Por lo menos voy a trabajar en casa de Lennon. ¿Sabes lo que significa eso?

-¿Que vas a limpiarle la mierda a un exbeatle y a su novia japonesa?

-Esposa, Sven, esposa… Se casaron hace un montón de años.-respondí con tono de maestra.-Y aparte de limpiarles la mierda, significa que voy a estar metida en el epicentro del sexo, la droga y el rock and roll.

-Mejor dicho en el epicentro del sexo, la droga, la mierda y el rock and roll-volvió a reír Sven.-De todos modos, aunque te montaras allí con ellos unas fiestas de la leche, no podrías presumir de ellas: recuerda que has firmado un contrato de confidencialidad.

-Hay que ver que aguafiestas que estás hecho, tío.-mascullé dejándome caer a su lado en el sofá.-¿Tal vez puedo oler la envidia en ti?

-Afina el olfato entonces, Soph, que lo tienes atrofiado de tanto usar productos de limpieza. No te tengo ninguna envidia por tener que trabajar en un sitio en el que te han dado diez folios de normas por cumplir…

-¡Joder, las normas!-exclamé acordándome de repente del fajo de folios que había dejado sobre la mesita de café que teníamos delante del sofá.-Ni siquiera las he mirado…

-Y como no lo hagas Yoko Ono te va  a colgar de los pulgares…-bromeó Sven mientras yo agarraba los papeles.-Por cierto, ¿me dejas mirar o eso también está protegido por el contrato de confidencialidad?

-Me da a mí que tú te pasas la confidencialidad por…

-Por mis peludos huevos, sí.

-¿Por qué siempre has de ser tan asqueroso?-pregunté dándole un sonoro manotazo en el brazo.-Bueno, va, leámoslo, pero ni se te ocurra abrir esa sucia bocaza para decir ni media palabra sobre todo esto.

-Tranquila, no pensaba llamar al New York Times para que lo publicaran…-dijo agarrando los papeles antes de que a mí ni siquiera me diera tiempo a alargar la mano.-Veamos que pone aquí… Joder, Soph, ¿vas a trabajar con el zar de Rusia o con John Lennon?

-¿Qué dices, loco?

-Mira, aquí… Te prohíben mirar fijamente al propietario de la casa, o sea, a John Lennon, mientras haces tus tareas.

-¿Qué?-dije arrebatándole el papel incrédula. Comprobé que era cierto y me quedé en silencio unos segundos, tratando de que mi parte racional encontrara una explicación. Y lo hizo:-Bueno, tiene su razón de ser supongo… ¿Te imaginas la cantidad de fans que pueden haberse querido meter a trabajar ahí sólo por verle? Se supone que se va a trabajar, no a quedarse mirando al jefe como un pasmarote.

-Bueno, supongo que tienes razón… Si te pagaran por mirar a un tío, me apuntaba yo a ese trabajo en el acto.-rió Sven.-Pero no sé… Que algo así conste como una prohibición explícita… Sophie, reina, creo que en la casa donde vas a trabajar son un poco rarillos.

-¿Qué rarillos ni qué leches? Anda, Sven, no me jodas…-dije yo quitándole hierro al asunto.

-Uy, mira, aquí te pone algo del niño…-siguió mi amigo ignorándome y señalando con el dedo una de las últimas líneas de la primera página.-Por cierto, ¿tienen un niño?

-No te enteras, ¿eh? ¡Con lo que dieron por saco hace unos años cuando lo tuvieron y ni te enteraste!

-Ya sabes que paso de esas cosas, Sophie… Sea como sea, no puedes tener trato con el niño, que lo sepas. Creo que es la única cosa con sentido que he leído en todo este montón de normas: que cualquier crío tenga contacto contigo es altamente peligroso.

-¿Ah, sí, gracioso? Pues que sepas que he cuidado de mis primos durante un fin de semana y…

-Cuando cuidaste a tus primos tenías catorce años y te recuerdo que uno de ellos acabó en el hospital porque se metió no sé qué mierdas en la boca, tú misma me lo contaste.

-Fue un accidente.-mascullé yo roja de vergüenza. Supongo que Sven tenía razón: el dejarme a mí a cargo de un ser indefenso era un acto de irresponsabilidad digno de ser juzgado en los tribunales.-De todos modos, tampoco me pagan para que sea niñera, así que mejor que el niño vaya a su bola y yo a la mía.

-Muchísimo mejor si los Lennon tienen cariño a su hijo, créeme…

-Eres un imbécil, Sven.-respondí enfadada levantándome del sofá.-Ala, se acabó el leer normas, que a ti no te interesan para nada, graciosete.

-¡Eh, Sophie, no te enfades, anda, vuelve y acabemos de leerlo!-se quejó él.

-¡Y una mierda!-le dije ya de camino a mi habitación.-Me voy a dormir. Hasta mañana, gilipollas.

-¡Soph!

Sin hacer caso de sus súplicas para que volviera me metí en mi habitación y cerré la puerta tras de mí. Me quedé allí plantada durante unos segundos mirando con suspicacia los papeles repletos de normas que tenía en las manos. Suspiré. Sería mejor que me leyera bien aquello antes de acostarme si no quería meter la pata el primer día de trabajo y, por lo que veía, iba a ser una lectura bastante larga… Tal vez Sven tuviera razón y fueran un poco rarillos. Ojalá estuviera equivocado.

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La alegría de levantarse un domingo por la mañana para trabajar es sólo comparable a la de ir al dentista para que te arranquen una muela. Pero bueno, yo aquel día, ignorante de mí, aún tenía cierta ilusión por estrenar empleo, así que el madrugón se me hizo más llevadero.

Llegué al Dakota a las ocho menos cuarto de la mañana y me quedé mirando el imponente edificio que se alzaba ante mis narices. Sólo cuando me percaté de que parecía subnormal mirando el Dakota con la boca abierta como si en mi puñetera vida nunca hubiera visto un bloque de edificios, dejé de hacerlo. Afortunadamente, a aquellas horas no pasaba demasiada gente por la calle y no había hecho el ridículo demasiado.

Agarré aire y repasé mentalmente los pasos que tenía que seguir para entrar allí dentro: dirigirse a la puerta de servicio, preguntar por el señor Marshall, darle  la carta de presentación que me habían dado adjunta con las instrucciones, cambiarme con la ropa que me proporcionarían en las estancias que me iban a indicar y subir a la vivienda acompañada por un responsable. Si era capaz de hacer todo aquello sin saltarme ninguno de los pasos y acceder finalmente a la casa de Lennon, me veía capaz de entrar hasta en la mismísima Troya y, además, sin caballo. Chúpate ésa, Ulises.

“Al ataque, Sophie, a limpiarle la mierda al exbeatle y a su novia japonesa con ilusión y dedicación”, me dije a mí misma parafraseando parcialmente las palabras de Sven el día anterior.

Me dirigí al edificio con una sonrisilla pintada en la cara. Bueno, no era el mejor empleo de mi vida, no cobraba demasiado y encima me hacían trabajar un domingo, pero al menos esperaba que fuera distinto a los demás. Tal vez incluso albergaba la esperanza de pasarlo bien allí dentro. Pero bueno, eso aún estaba por ver. Pronto vería si aquello era cierto o era, simple y llanamente, una mera ilusión.



¡Hola, hola, holaaaaa!
¿Qué tal andáis? Yo aquí estoy, de los más feliz viendo que publico este segundo capi después de que mucha gente se pasara por aquí y encima se molestara en dejar un comentario. La verdad es que me ha hecho mucha ilusión el ver que continuabais ahí y que, encima, ha habido gente nueva que no venía de Lo más lejos a tu lado o de Vuelo 937 y que se ha unido a esto. Así pues, muchas gracias a todas (y a todos por si hay algún chico por ahí, aunque lo dudo, jajaja) por pasaros por este lugar de la red a leer los desvaríos míos y, por extensión, de Sophie.
Bueno, me gustaría aclarar una cosa antes de despedirme... Se me ha dicho en algunos comentarios cierta cosilla que no voy a decir cual es directamente por no cargarme parte de la trama, pero supongo que tal vez después de leer el capi, ya sabréis de qué hablo... Bien, advierto que viendo lo visto tal vez pueda herir más de una sensibilidad a partir de la lectura del fic, aunque también advierto que tampoco me voy a despegar prácticamente nada de la realidad en ese sentido. Si no sabéis de qué hablo, casi que mejor, aunque os vais a ir dando cuenta, jajaja. 
Sea como sea, esto es una comedia y está escrito para reírse un rato y pasarlo bien, nada más.
Un montón de besos a tod@s, se os quiere mucho desde esta parte del mundo (parte del mundo que queda a un océano de por medio de la mayoría de vosotras, por cierto, por lo que se me decía de que no sabíais de dónde era esta personita que escribía... jejeje). 
Muaaaaaaa!

domingo, 16 de marzo de 2014

DAKOTA Capítulo 1: Ofertas de empleo

Mi madre tenía razón, y mira que me jode tener que admitirlo. Pero bueno, las cosas son como son y si la mujer estaba en lo cierto, pues hay que reconocerlo.  

Aún resuenan en mi mente aquellas palabras que me dijo el día que me matriculé en la universidad como una especie de mantra: “¿Filosofía? Mira que eso no sirve más que para hacer el tonto, hija, que te vas a morir de hambre. Hazte abogada y especialízate en divorcios, o ingeniera o arquitecta, que te vas a forrar. ¿Filósofa? ¿Qué hace un filósofo? ¿Pensar? ¿Y crees que te van a pagar por pensar? ¡Anda ya!”.

Obviamente no me digné ni siquiera a escucharla y continué con lo mío. “¡Vaya mujer materialista e ignorante que me ha tocado por madre!”, pensé, “ ¡Si los filósofos han cambiado el mundo, son el motor de la Historia! Y si no, ahí están Platón, Descartes, Marx, Rousseau o Nietzsche para dar fe de ello”. Y así fue como yo, predestinada a ser la Sócrates del siglo XX, estudié Filosofía.

Terminé la carrera cinco años después, con dolor de cabeza a causa de la intensidad de mis pensamientos y de las cantidades industriales de marihuana ingeridas durante mi estancia en la universidad, además de con un expediente más o menos brillante. Estaba preparada para sorprender al mundo, para convertirme en lo que yo siempre había ansiado y demostrarle a la ignorante de mi madre que sí que iba a poder vivir de mis pensamientos. Pobre de mí, que no sabía que la ignorante era yo y no ella.

Pasaré por alto mis intentos por intentar vivir de lo que había estudiado. También omitiré lo de mi brillante libro de reflexiones escrito en medio de inmensos colocones de marihuana y cerveza en casa de mi amigo Sven y que ni un solo editor quiso ni siquiera mirar. Sólo me limitaré a decir que me encontré con la cruda realidad de repente, como un suicida que se tira de un décimo se encuentra de pronto con el pavimento de la acera. Y allí quedó, desparramado sobre el asfalto de Nueva York, mi genial cerebro de filósofa y yo, tragándome mi orgullo, tuve que recogerlo cachito a cachito después del monumental hostión y resignarme a vivir una vida más mundana y menos reflexiva. Vamos, resumiendo, que tuve que ponerme a trabajar y dejar las reflexiones para mis escasos ratos libres.

Probé de camarera, pero el empleo me duró hasta que mandé a la mierda a un cliente que se quejó del café. Lo intenté de cajera de supermercado, pero la paciencia con las viejas de la cola tampoco fue mayor que con los clientes de la cafetería. Lo de repartidora de pizzas no me daba ni para comer y decidí dejarlo a la semana. Eso de los empleos normales no parecía llevarse demasiado bien conmigo… Pero bueno, a veces la suerte puede cambiar de un día para otro y, justo cuando estaba pensando en adoptar a un perro callejero y ponerme en Central Park a pedir limosna mientras hacía malabares con bolas de papel de plata, la empresa de limpieza American Cleaning Enterprise se cruzó en mi camino. Si os ahorráis las risas y las mofas sobre cómo acabé convertida en una vulgar limpiadora en lugar de en una gran filósofa, os lo agradeceré eternamente.

Si bien quitar el polvo, hacer la colada o limpiar los cristales de los ricos de Nueva York no era la actividad más gratificante del mundo, al menos esta vez sí conseguí aguantar en el mismo empleo más de dos meses seguidos. Vale, tal vez fuera porque normalmente trabajábamos cuando los dueños de la casa no estaban y no tenía a nadie con quien pelearme a no ser que fueran los perros snobs que se quedaban allí mientras yo me encargaba de hacer mis tareas. Pese a eso, estaba sorprendidísima de mi enorme capacidad de aguante y de mi santa paciencia con aquel empleo que continuaba considerando una mierda. Pero bueno, cobraba a final de mes, podía comer y pagarle un modesto alquiler a Sven por la habitación que ocupaba, así que no me podía quejar.

Y entonces, cuando todo parecía ir un poco mejor, mi jefa me llamó al despacho.

Fue una de mis mañanas libres de enero, más fría que el culo de un pingüino, cuando sonó el teléfono de casa. Después de esperar en vano a que Sven levantara su sucio culo del sofá y contestara, me decidí a hacerlo yo, como siempre.

-¿Sí?-contesté de mala gana cuando descolgué. Le lancé una mirada reprobatoria a Sven, a tan sólo dos metros del teléfono y que me había hecho salir de mi habitación sólo porque él encontraba mucho más interesante el continuar rascándose las pelotas por debajo de sus calzoncillos que contestar al teléfono. Él simplemente se limitó a ignorarme. Nada nuevo bajo el sol.

-¿Sophie? ¿Hablo con Sophie?-respondió una voz femenina al otro lado.

-Sí, soy yo.-dije sorprendida. Normalmente, nadie me llamaba a no ser que fuera mi madre dándome la brasa con sus cosas.

-Perfecto. Soy Helen, la encargada de…

-Ah, hola Helen.-le respondí antes de que pudiera acabar la frase cuando reconocí a mi jefa. Antes de decir nada más, tragué saliva. Seguro que me había equivocado y esa no era mi mañana libre. Seguro que algún rico insoportable se habría quedado esperando los servicios de American Cleaning Enterprise  y como no se me ocurriera una buena excusa me iban a despedir.-¿Qué tal?

-Bien, bien… Mira, Sophie, siento llamarte en tu día libre, de verdad.

Después de escuchar aquello, volví a respirar aliviada. Ni siquiera me había dado cuenta de que había dejado de hacerlo desde que había sabido que era Helen la que me estaba hablando: un poco más y hubiera caído al suelo muerta por falta de oxígeno. Y si esperaba que Sven se levantara a hacerme el boca a boca la llevaba clara. Bueno, pensándolo bien, prefería ver la luz al final del túnel de la muerte que tener a Sven encima de mí haciéndome eso. Intentando sacarme de la mente aquellas imágenes tan escatológicas, volví a prestar atención a las palabras de Helen, que continuaba con su discurso de disculpas.

-…ya sabes que nunca quiero molestaros en los días que libráis, pero es que esto de verdad es urgente y creo que sólo tú das con el perfil.

-¿Qué perfil?-quise saber sin tener ni idea de qué puñetas me estaba hablando mi jefa.

-Lo siento, Sophie… Es que estoy tan nerviosa que me cuesta expresarme. Digamos que esto es una oferta de trabajo. Mejor que te vengas a mi oficina cuando puedas y te explico de qué va la cosa.

Después de hacerle prometer que me iba a pagar el día como horas extra, colgué extrañada. Al menos no me iban a despedir, pero no me explicaba eso de “la oferta de trabajo”. Yo era de las novatas y había decenas de empleadas mejores y, a no ser que alguien buscara a una chacha capaz de hacer silogismos mientras limpiaba la taza del wáter, no me explicaba en qué podía ser mejor mi perfil que el de las demás. Me daba a mí que eso era, simple y llanamente, una excusa para endosarme un trabajo horroroso que previamente habían rechazado todas y cada una de las empleadas de la empresa. De hecho, si cerraba los ojos, casi que podía visualizarme a mí misma al cabo de unos días limpiando las cloacas del Bronx con una máscara de gas mientras un montón de ratas devoraban mis pies como manjar de los dioses. Definitivamente, la idea no me atraía demasiado.

Me cambié rápidamente y salí del apartamento, dejándome a Sven roncando como un jabalí en el sofá con la mano aún metida dentro de los calzoncillos. Pobrecito, el rascarse los cojones lo había agotado tanto que se había quedado dormido…

Tras un viaje en metro lleno hasta los topes, llegué a Manhattan y me planté en la oficina de mi jefa. Antes incluso de que pudiera llamar a su puerta, Helen salió y me recibió con su peculiar sonrisa. Mi jefa a simple vista podía parecer la persona más desagradable del mundo, pero esto sólo era hasta que te sonreía: entonces parecía ya no sólo la persona más desagradable del mundo sino la más desagradable de todo el Universo, incluidos los marcianos verdes y viscosos de las películas.  Seguro que cuando sonreía en presencia de niños, éstos se ponían a llorar en el acto.

-Buenos días, Sophie. Te estaba esperando, pasa.

Le devolví el saludo intentando no fijarme en sus dientes negruzcos y su expresión de hiena y la seguí adentro del despacho. Después de sentarnos y de volverse a disculpar por enésima vez por haberme molestado en mi día libre, Helen carraspeó y empezó a hablar en tono solemne.

-Esta mañana ha ocurrido algo inimaginable, Sophie.

-¿Ah, sí?-no era la mejor respuesta del mundo, pero en aquellos momentos mi cerebro no daba para más.

-Uy, sí, ni te imaginas.-siguió la jefa.-Hemos recibido una llamada en busca de una asistenta. Hasta ahí todo normal, por supuesto. La sorpresa ha venido cuando la señora que llamaba nos ha exigido que le enviemos a alguien con estudios… Y bueno, por eso te he llamado a ti, porque eres la única de nuestras chicas que ha estado en la universidad. Incluso me atrevería a decir que eres la única que ha acabado la secundaria, excepto yo, claro.

-¿Y por qué necesitan una persona con estudios para que les limpie la casa?-pregunté extrañada ignorando el tonillo de autosuficiencia que había usado Helen en su última frase. Tal vez la mujer creía que debían darle una medalla al mérito por haber acabado el instituto o algo así.


-Ni idea.-contestó encogiéndose de hombros.-Pero ya conoces a los ricos; a veces son muy raros y tienen manías incomprensibles…

-Ya lo creo…

-Pero bueno, Sophie, espera que aún no he acabado.-siguió Helen volviendo a mostrar su escalofriante sonrisa.-Todavía no sabes lo mejor… ¿A que no sabes quién requiere de nuestros servicios?

“Querrás decir de MIS servicios, hiena”, pensé para mis adentros, “Porque tú no has pillado un puto plumero en tu vida, explotadora”. No obstante, aquellos pensamientos se tradujeron en una sonrisa inocente a la vez que negaba con la cabeza.

-Pues agárrate porque esto te va a encantar… ¡vas a trabajar en casa de John Lennon y Yoko Ono!

No me preguntéis cómo reaccioné; no me acuerdo.

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-¡Sven, joder, mueve tu puto culo y busca lo que te he dicho!

-No le hables así a tu casero, Sophie.-dijo con tonillo de prepotencia antes de meterse el dedo en la oreja y hurgársela con energía.-Y tranquila, ahora lo busco; aunque no sé si lo encontraré, creo que lo tiré.

-Si lo tiraste te tiro yo a ti, pero por la ventana.-mascullé atacada de los nervios.-¡Y deja de mirarte la cera que te has sacado de la oreja, asqueroso!

-Podría montar una fábrica de velas, ¿te imaginas?

-¡Sven!

-Vale, vale, ya va…-masculló de mala gana levantándose del sofá y dirigiéndose hacia la estantería repleta de cosas que teníamos en el comedor.-Pero vamos a ver, ¿a ti para qué coño te hace falta ahora una carta astral?

-Ya te lo he dicho: mañana tengo que presentarme ante la Yoko Ono ésa con mis referencias de la empresa de limpieza y mi carta astral. Si no hay carta astral, no hay contrato.

-Ya, claro… Seguramente querrá ver si los astros te predestinan a limpiar la mierda de los demás y todo eso…-rió él irónico.

-Pues con la suerte que tengo, seguro que sí.-le seguí la corriente.-Anda, pedazo de carne con ojos, hazme el favor de buscar la mierda ésa, que necesito que me hagas una carta astral.

-Ya te he dicho que no tengo ni puta idea de cómo hacer eso, Sophie. Me compré aquel libro sobre cómo elaborar cartas astrales sólo porque con él me regalaban una muestra de desodorante.

-Me importa una mierda que sepas hacer eso o no, Sven, si no sabes nos la inventamos y ya está; pero yo paso de gastarme veinte dólares en una maldita carta astral que no sé ni para qué sirve. Para eso la hacemos nosotros siguiendo las instrucciones de ese libraco y me ahorro una pasta.

-¿Y mi mano de obra quién me la paga?

-¿Mano de obra? No me hagas reír…

-¡Ey! ¡Aquí está!-exclamó de repente sacando un libro negro  hecho polvo de la estantería. La portada mostraba la foto de una pitonisa que más bien parecía un putón de polígono industrial con una bola de cristal delante. No es que me inspirara la mayor confianza del mundo, pero bueno, la astrología no es una ciencia que requiera de la ayuda de Albert Einstein, precisamente.

Sin decir nada más, puso el libro sobre la mesa y empezamos a “trabajar” en mi carta astral. Dos horas, seis cervezas y dos porros después, habíamos terminado de elaborarla. Por no estar bien, no estaba bien ni mi horóscopo, pero bueno, confiaba en que la señora Yoko Ono no se diera cuenta de ese pequeño detalle…

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Viernes por la mañana. El día anterior había sido tan frío como el culo de un pingüino, ¿no? Pues bien, ese día el pingüino parecía que se hubiera pasado la noche con el culo metido en una cubitera.

Con la nariz roja y haciendo un esfuerzo monumental por no moquear, me presenté en el lujoso edificio donde Yoko Ono tenía su despacho. Tratando de poner la mejor de mis caras y de parecer una chica de lo más apañada, me presenté a la secretaria que había allí.

-¿Usted es la chica que tenían que enviar de la empresa de limpieza?-me preguntó con cara de estar oliendo mierda.

-Sí, la misma.

-Muy bien, déjeme sus referencias y la carta astral que le han pedido.-me contestó con la misma expresión.-Se lo haré llegar a la señora Ono y si todo está correcto, ya le llamará para decirle cuando empieza.

-¿No va a recibirme ella?

-Yoko Ono es una mujer muy ocupada, señorita.-me replicó airosa.-Déjelo ahí y si eso ya la llamarán.

“Si eso”. O sea, que a la mierda, que no me iban a llamar. ¿Y para eso me había yo pasado la tarde del día anterior inventando mamonadas sobre la posición de los planetas cuando nací? ¡Anda ya!

Salí de allí después de mascullar una despedida de mala gana. Después, con cara de perro, me fui a dar un paseo por Central Park. Al menos, me airearía y se me quitaría la mala leche que me había puesto aquella tiparraca encima.

Lo que no sabía es que mi mal humor estaba completamente infundado. Sí que me iban a llamar. Y sin ir más lejos, al día siguiente.



¡Hola!
¿Qué tal estáis? Bien, como podéis ver, he aquí mi regreso. Vuelvo al mundo fiquer después de un descanso más largo de lo que pretendía caracterizado por la sequía de ideas que he tenido. Pero nada es eterno y hace poco, como un flash, me vino a la mente esta idea después de escuchar una noticia que poco tenía que ver con todo esto por la radio. Ya sabéis que la inspiración es caprichosa y viene en los momentos más inesperados...
Supongo que no hace falta ser muy lince para ver que esto va a ser una comedia, bastante "bestia", o eso pretendo. Espero que os haga pasar unos ratitos de risas a costa de esta Sophie, filíosofa y profesional de la limpieza, a la que le va a tocar trabajar en casa de John Lennon y Yoko Ono en la época del "encierro" en el Dakota. Si al menos consigo que dibujéis una sonrisa en la cara conforme vayáis leyendo los capis, me daré por satisfecha.
¡Saludos y bienvenid@s a esta nueva historia! ¡Y gracias por leer! :)